Noche calurosa, noche de verano.
Ahí están las dos en casa de Marta, pasando la
noche, como han estado haciendo desde que comenzó el verano, ya solo queda un
mes para que comiencen de nuevo las clases y quieren despedirse del verano a lo
grande.
-Marta, ¿Te acuerdas del chico moreno de la
heladería? Valla miraditas que te echaba.
-Para ya, seguro que te estaba mirando a ti, a
mi quien me va a mirar, mírame comparada contigo no soy nada.
-¿Pero tú te has mirado bien? Anda que no has
cambiado nada, además yo estaba sentada al otro lado de donde iban sus ojos y
no creo que al chico se le vaya el ojo. Jajajaja.
-Diana para ya ¿no? No veas la que estás dando
con el mismo temita.
-Vale vale, ya me callo, bueno yo me voy a
dormir ya, que mañana tengo que estar temprano en casa para ir a ver a la
abuela.
-Verdad… Bueno pues a dormir.
Y acto seguido apagan las luces de la habitación,
Marta escucha como su amiga se va quedando dormida, lo sabe por la respiración profunda
que se escucha, la misma respiración que escucha desde que son como hermanas.
Mira hacia el techo, donde tiene esas típicas pegatinas
que brillan de noche, todas son de estrellas o de lunas, algo que siempre le ha
gustado desde pequeña, y mientras las mira, piensa en aquel chico de la
heladería, a decir verdad era un chico guapo, tal vez de su gusto, y como dice
Diana, ella ha cambiado muchísimo desde que se conocieron, ahora es mal alta y más
formal, y la verdad es que no parece que tenga 14 años para nada.
Ella creo que no volverá a ver a aquel chico,
pero no sabe lo equivocada que está, volverán a verse y antes de lo que ella
cree.
Nuevo día, nuevas promesas.
Marta es la primera que se levanta, a decir
verdad no ha dormido mucho, ha estado casi toda la noche dándole vuelta a lo
que pasó ayer.
Espera a que su amiga se despierte y juntas
bajan a desayunar.
-¡Buenos días!
Dicen las dos a la vez cuando entran en la
cocina y ven a los padres de Marta.
-Buenos días niñas, sentaros que ya tenéis el desayuno,
además Diana, tienes que irte pronto. ¿Verdad?
-Sí.
Diana mira el reloj, marcan las 10:00 y prometió
estar en casa sobre las 10:30, tendrá que darse prisa.
Desuñan rápido, se visten y se despiden con un
abrazo.
Las 10:20, tiene que darse prisa, camina casi
corriendo hacia la parada de autobús, por suerte ahí está, acaba de pararse,
corre para que no le cierren las puertas.
Paga al conductor y se dirige al fondo, a su
sitio favorito, pero por mala suerte ya lo ocupan una mujer y su hijo pequeño, tendrá
que cambiar de costumbres, por lo menos hoy, y se decanta por uno un poco mas
cerca de la puerta de salida.
Una vez sentada saca su Mp3 y elige una canción de
Caroline Costa, hacía tiempo que no la escuchaba.
El tiempo corre y por lo visto la suerte no está
de su parte, el autobús está casi lleno solo quedan un par de asientos libre.
Solo quedan dos paradas para que se tenga que
bajar en la suya. En esta parada solo se suben una mujer mayor, y un chico.
Quedan dos asientos, uno lo ocupa la mujer y el
otro que queda libre es el de su lado, en el que se sienta el chico.
Diana intenta no mostrarle importancia, está
nerviosa pero no sabe el porqué, el chico es bastante guapo, es alto y aunque
no tan moreno como a ella le gustaría, y tiene los ojos color miel, su aroma la
atrae pero Diana intenta concentrarse en la música.
Última parada en la siguiente se baja ella,
atenta espera a que el autobús pare y así pueda bajarse.
Con torpeza intenta salir de su asiente pero se tropieza
con el chico.
Este le dedica una sonrisa y hace ver que no le
ha importado en absoluto, Diana en cambio se muere de vergüenza.
Baja con torpeza y una vez fuera mira hacia
dentro del autobús y puedo observar como aquel chico que ha sido su compañero
la mira desde dentro, le dedica una sonrisa y ella avergonzada se la devuelve.
Diana vuelve a la realidad son las 10:30, y
tiene que darse prisa sus padres la están esperando para ir al hospital.